Día 6 (viernes, 10 de mayo de 2019)
Lo primero que escucho al despertar no me gusta nada y cuando me asomo a la ventana se confirman mis sospechas: está diluviando. Son las 5:15 de la mañana, queríamos ser los primeros en empezar el trail de Angel’s Landing en Zion para evitar aglomeraciones, pero si llueve olvídate. Angel’s Landing está considerada una de las rutas más peligrosas de Estados Unidos, así que no es la mejor opción con lluvia.
Las previsiones dicen que lloverá hasta las 8:00, así que aprovechamos para desayunar en el hostal esperando que la lluvia pare. Dos horas más tarde de habernos levantado, nos asomamos de nuevo y comprobamos que la lluvia ha remitido un poco, así que decidimos salir a la aventura. A medida que nos vamos acercando al Zion National Park la lluvia para e incluso el sol hace amagos de aparecer.
Una vez dentro del parque decidimos esperar a que la roca se seque un poco para hacer Angel’s Landing y nos ponemos rumbo a Overlook Trail. Para llegar aquí hay que conducir por una carretera sinuosa y pintada de marrón, de forma que se camufla con el resto del entorno. Aprovechamos la subida para sacar algunas fotos, ya que las vistas de los cañones son espectaculares desde este punto. Llegamos al parking de Overlook Trail, pero está a rebosar de coches y tenemos que abortar misión. ¿Nos va a salir algo bien en este sitio? Volvemos a bajar y nos ponemos de acuerdo e ir a por todas: vamos a Angel’s Landing.
En Zion no está permitido moverse en coche, así que tienes los shuttles gratuitos (autobuses) que te dejan al inicio de las distintas rutas. Lo primero que vemos esperando al shuttle es un cartel que dice que no recomiendan hacer Angel’s Landing por peligro a resbalones a causa de la lluvia, pero hemos venido a jugar y yo no me voy de allí sin ponerme a prueba en esa ruta.
Salimos del shuttle y empieza a una subida suave, pero antes de darnos cuenta estamos subiendo por uno de los horribles zig-zag que hay en la ruta y donde el desnivel es brutal. En el último tramo del zig-zag hay gente parada en cada esquina y no es para menos, eso cansa a cualquiera. Pero todo tiene su recompensa y al llegar arriba nos encontramos en un claro con unas vistas impresionantes donde la gente descansa y come algo para recuperar fuerzas. Hay decenas de pequeñas ardillas que acechan la comida y que no tienen ningún miedo a subirse a mochilas e incluso a la gente. Desde aquí el precipicio de 500 metros impresiona, pero es más impresionante aún ver que por delante tenemos el verdadero reto de Angel’s Landing: una arista con bajadas y subidas en la que en algunos momentos el tramo no alcanza el metro de ancho y donde a cada lado la caída de 500 metros es totalmente vertical. La pesadilla de cualquier persona que sufra vértigo.
Antes de comenzar una señal advierte del peligro que conlleva y que desde 2004 seis personas han muerto en la subida. ¡Ah, pues qué bien! ¡Qué ánimos da para subir! Aunque a mí lo único que me da miedo es que mi maltrecha rodilla no soporte semejante paliza, pero durante casi toda la subida hay tramos con cadenas para salvar los puntos más difíciles, lo que me ayuda a subir sin problemas. Es más, durante la subida me veo con más seguridad y más en forma que mucha gente a la que se les ve que este reto se les queda enorme a causa del miedo a caer al precipicio. Lo cierto es que antes de darnos cuenta, y todavía con energía de sobra, nos vemos en la verdadera cima. ¡Serán los genes vascos! Las vistas desde aquí arriba superan por mucho a las vistas en el claro, así que aprovechamos para sentarnos un rato, comer algo y sacar alguna foto, mientras las pequeñas ardillas vuelven a aparecer para intentar robar comida.
El chute de adrenalina por haber llegado a la cima (realmente antes de ir pensaba que no sería capaz) hace que baje como un tiro. Por el estrecho camino nos cruzamos con muchísima gente, mucha más que cuando hemos subido nosotros, lo que me hace creer que la gente madruga más bien poco para estas cosas, lo cual es un error y más en una ruta de esta dificultad.
Una vez de vuelta en el coche, paramos a comer algo y aunque el cielo vuelve a amenazar lluvia, nos ponemos en marcha para hacer el trail de Watchman, pero después de haber hecho una de las rutas más espectaculares del parque, esta nos sabe a poco. Volvemos al coche con la sensación de haber aprovechado al máximo un día que en un principio parecía perdido, con un buen puñado de kilómetros en las piernas y con la vista puesta en nuestro próximo destino, que será igual de duro por la cantidad de horas de coche, el calor extremo y la incertidumbre de no tener nada planeado para pasar la noche.
Día 7 (sábado, 11 de mayo de 2019)
Si el día anterior nos habíamos encontrado un diluvio al asomarnos por la ventana, hoy encontramos todo lo contrario; vaticinio de que nos iba a esperar un día con muuucho calor.
Una vez llenado el depósito de gasolina y las reservas de agua potable, desandamos el camino hasta Las Vegas y ponemos rumbo a Death Valley, o traducido: el Valle de la Muerte, uno de los lugares más calurosos de la Tierra, dato que notamos en la última gasolinera en la que repostamos antes de entrar al infierno. Se comenta que el famoso Área 51 se encuentra cerca y la gasolinera en cuestión donde paramos está llena de souvenirs con aspecto de aliens, el perfecto regalo del perfecto turista. Volvemos al fresquito del aire acondicionado del coche, fuera el calor empieza a apretar mucho y encima vamos a cruzar el valle en las horas de más calor del día, pero no podíamos hacerlo de otra forma sin perder un día entero.
Entramos en Death Valley y los mosquitos kamikazes nos dan la bienvenida estampándose contra la luna del coche. Internet deja de funcionar en los móviles y doy gracias por haber estado viva descargando el mapa para poder usarlo sin conexión, aunque tampoco es que abunden las carreteras para perderse. El paisaje es como una estampa de lo que podría ser Marte, no se ve un solo árbol, sólo carretera rodeada de montañas de roca y arbustos secos.
El desnivel va subiendo de camino a nuestra parada: Dantes View. A medida que vamos subiendo por una carretera estrecha y llena de curvas empiezo a plantearme si merece la pena la desviación de 20 kilómetros que hemos tenido que hacer para llegar a este punto, pero al llegar obtengo la respuesta en forma de un «wow» que sale mi boca al ver el paisaje. Ante nosotros tenemos una vista perfecta desde arriba de la Cuenca Badwater, una explanada de sal que se encuentra en el punto más bajo de EEUU (está a 86 metros por debajo del nivel del mar). Desde arriba se forman líneas y colores que hacen que parezca una pintura al óleo. Lo que más me choca es el «frío» que hace ahí arriba, que mezclado con el viento que sopla hace que incluso me tenga que poner una chaqueta, pero es que estamos a casi 1700 metros de altitud.
Volvemos a la carretera principal para hacer una parada rápida en Zabriskie Point, un conjunto de «montañas» amarillas que hace millones de años estuvieron cubiertas de agua, ya que aquello fue un lago. Y digo parada rápida porque aquí el calor ya es brutal y son las 2 de la tarde, la peor hora posible. Nos vamos directos al centro de visitantes buscando sombra y aire acondicionado para comer algo antes de seguir por ese infierno que es Death Valley.
Salimos a Badwater Basin, la cuenca de sal que hemos visto desde Dantes View, pero el calor fuera es tan alto (aunque en realidad el problema más que la temperatura es el aire seco que corre, o más bien que no corre) que el coche no es capaz de enfriar el aire y por las rejillas del aire acondicionado sale lo que parece el aliento de un dragón. Aún así decidimos seguir, no todos los días se puede pisar el punto más bajo de Estados Unidos. Llegamos totalmente sofocados y se nos cae el alma al suelo al ver que es un paseo larguísimo hasta la mitad de este mar de sal, así que nos limitamos a hacer un par de fotos al bajar del coche y corremos de vuelta a este, aunque como no empiece a soltar aire frío vamos a morir dentro asados como pollos.
Recorremos a toda velocidad el camino de vuelta para huir de este infierno, incluso pasamos de largo por Mesquite Flat Sand Dunes ya que no creemos que andar por dunas de arena sea el mejor remedio para el calor. Al pasar junto a las dunas vemos muy cerca un par de mini tornados. Creo que lo mejor que podemos hacer es salir de Death Valley cuanto antes.
Por fin salimos y el aire acondicionado vuelve a funcionar. Estamos totalmente solos en una carretera secundaria en un estado lamentable, ahora entendemos por qué es tan importante ir a Death Valley con el depósito lleno, ya que pasan muchos kilómetros sin ver rastro de vida humana.
Cuando por fin llegamos a un pueblo llamado Ridgecrest aprovechamos para descansar y darle al coche también un merecido descanso. Además, aprovechamos para buscar alojamiento para esa noche. Nos decidimos por un hostal en Bakersfield, que está a menos de 2 horas de Sequoia National Park, nuestro destino para mañana. En total han sido 12 horas conduciendo casi sin parar y ahora mismo la idea de una ducha para quitarnos el sudor pegajoso del calor nos lleva en volandas hasta el hostal.
Ya en la habitación me da por comprobar el vuelo de vuelta y al instante algo no me encaja. El mail de confirmación dice que volamos el día 22, pero desde el principio estábamos seguros de que era el 23; es mas, incluso tenemos alojamiento para la noche del 22. Y entonces me doy cuenta: el 22 salimos de Los Angeles, pero llegamos el 23 a Madrid por el desfase horario. ¡Vaya cabezas! La idea de llegar el 23 al aeropuerto de LA y que nos dijeran que el avión había salido 24 horas antes me marea y todo. ¡Menos mal que me dio por repasar la información del vuelo!
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