Día 4 (miércoles, 8 de mayo de 2019)
Despertamos, ducha, recoger y hacemos el check-out. Tardamos más de lo previsto por culpa del error en el check-in, por lo que tememos que quizás no lleguemos a tiempo al atardecer en Valley of Fire. Josh, el dueño del hostal, nos pide perdón mil veces e incluso nos «perdona» el pago del alquiler de las tablas de surf, lo cual es un detallazo ya que son un buen puñado de dólares que nos ahorramos. David sale también a despedirse y ambos nos dan un abrazo y nos dan las gracias una vez más. Realmente nos da una pena enorme marcharnos, pero el viaje continua y aún queda mucho por ver y vivir.
Dejamos San Clemente con nubes y temperaturas frescas, pero a medida que vamos dejando la costa atrás, las nubes van desapareciendo y el termómetro empieza a subir. Pronto pasamos de los 17ºC en la costa a los 27ºC y aún no hemos entrado en el desierto de Las Vegas. Por el camino paramos en una gasolinera a llenar el depósito (y a coger un café frío, por supuesto). Una cosa a tener en cuenta en las gasolineras de EEUU es que muchas veces las tarjetas de los bancos de aquí no las acepta, por lo que conviene llevar efectivo encima. Otra cosa es que en las gasolineras hay mil y una guarradas para comer, ninguna muy saludable, por lo que es difícil entrar y salir sin unas patatas o una chocolatina.
El paisaje cada vez es más árido y pasan muchísimos kilómetros hasta que volvemos a ver signos de vida humana. Nos encontramos en mitad del desierto y la simple idea de quedarnos ahí tirados nos pone los pelos de punta. Por si eso fuera poco, por el camino tenemos un susto al encontrarnos en mitad de la carretera la cubierta de una rueda de camión que se había detenido unos metros más adelante. Con el tiempo nos percatamos de que ese es un accidente muy común, ya que vemos muchísimas cubiertas de ruedas en los extremos de la carretera. No nos sorprende nada entre que los camiones conducen a una velocidad exagerada y que el asfalto tiene que estar ardiendo.
Horas más tarde por fin entramos en Las Vegas, donde tenemos reserva para pasar la noche. Llega a ser incluso ridículo ver cómo emerge una ciudad llena de edificios gigantes cuando vienes de la más absoluta nada. Lo cierto es que ver todos esos hoteles enormes y anuncios por doquier a mí me deja un poco fría. Rápidamente hacemos el check-in en el motel, preparamos las cámaras y salimos pitando a Valley of Fire, ya que vamos con el tiempo muy justo.
Tras una hora de coche de nuevo por el desierto, empiezan a aparecer montañas rojizas que contrastan muchísimo con los colores amarillentos del desierto, lo que nos indica que estamos cerca. El paisaje es cada vez más increíble y la luz del atardecer ayuda a magnificarlo. Valley of Fire es un parque estatal, por lo que no está incluido en el «America The Beautiful», que es el pase anual para los parques nacionales. Aunque en la entrada no hay rastro de haber ningún ranger, hay buzones con sobres donde apuntas tus datos y metes los 10$ que cuesta la entrada, y curiosamente, nadie hace la guarrada de entrar por la cara; todo el mundo paga.
Una vez dentro, vamos directos a Mouse Tank Road, una carretera recta entre cañones rojos que es la delicia de todo fotógrafo. Al principio camino con cierto miedo ya que sé que en esta zona hay tarántulas (genial para una persona con aracnofobia), pero en cuanto me meto en el papel de fotógrafa se me olvida totalmente. Es un continuo sube y baja de rocas buscando el mejor ángulo y esperando a que no pasen coches para sacar la foto. Está prohibido estar dentro del parque una vez anochece, por lo que no tardamos en movernos para ver el otro punto fuerte del parque: The Fire Wave.
Caminamos entre rocas gigantes sin saber muy bien qué vamos a encontrar, pero enseguida aparecen explanadas enormes de roca con líneas «dibujadas» que nos indican que estamos cerca. Al llegar nos quedamos boquiabiertos con el paisaje. Lo primero que me encuentro es a dos tíos totalmente desnudos, con los cuerpos pintados y abrazándose a los pies de la famosa ola de piedra y alucino hasta que veo a un fotógrafo con pinta de modernito y entonces lo entiendo todo. Nosotros seguimos a lo nuestro y sacamos fotos corriendo de un lado a otro porque los últimos rayos de sol nos meten prisa para salir de allí aún con luz. Al volver al coche y recorrer Mouse Tank a la inversa no puedo evitar parar y aprovechar la luz para sacar alguna foto más, aún a riesgo de encontrarnos a un ranger mosqueado por ser los últimos en salir del parque.
Volvemos a Las Vegas ya de noche y salimos a cenar ya que no tenemos nada para preparar. La ciudad está repleta de chinos con ganas de gastar, luces y anuncios de abogados por daños y lesiones que me hacen pensar que no es una ciudad muy segura, así que nos limitamos a llenar el estómago y volver al motel a descansar, ya que estamos reventados del viaje.
Día 5 (jueves, 9 de mayo de 2019)
Son las 6 y ya estoy en pie. No sé si será jet-lag o las ganas de hacer mil cosas, pero casi todos los días me despierto prontísimo. Nada más salir del motel las nubes negras que tenemos encima empiezan a descargar agua. Increíble, en pleno mayo y nos llueve en el desierto.
Metidos en el coche, desayunando un café y un sandwich al más puro estilo americano, recibimos la primera alegría del día: Glacier Road va a abrir el 10 de mayo (en invierno está cerrada por nieve), lo que significa que vamos a poder hacer la ruta de Sentinel Dome y Taft Point en Yosemite.
Dejamos el motel, ponemos en marcha el coche y volvemos a las carreteras del desierto. La verdad es que conducir por el desierto pasa de ser divertido y alucinante a aburrido y monótono en muy poco tiempo y te exige estar muy atento para no dormirte en las eternas rectas. Aburridos de la autopista, decidimos coger una carretera secundaria para ver si cambia algo. Lo que nos encontramos son más rectas eternas con infinitos cambios de rasante y sin un alma a la vista. Vamos, la típica carretera de película.
Por fin llegamos a Saint George, donde dormiremos los 2 próximos días de cara a nuestra visita a Zion National Park. Mientras hacemos el check-in, el recepcionista nos pregunta por nuestro viaje y nos dice que tenemos mucha suerte, ya que la ruta de Angel’s Landing (que es la que haremos el día siguiente) el año pasado estuvo cerrada casi todo el año por obras de mantenimiento.
Una vez acomodados y sin perder el tiempo, preparamos mochilas y nos vamos a hacer una pequeña ruta llamada Red Reef en el Red Cliffs National Conservation Area. Por el camino no vemos absolutamente a nadie y nos preguntamos si ha sido buena idea ir ahí. Seguimos un sendero de arena roja que nos lleva a un corredor entre enormes rocas rojas que parece que se te vayan a caer encima. Continuamos el camino bordeando un pequeño río hasta que nos paramos boquiabiertos. Delante tenemos una imagen espectacular de una pequeña cascada que cae entre los cañones rojos pulidos por la erosión y que forma un pequeño estanque. Seguimos subiendo por la roca y nos encontramos un escenario aún más increíble que el anterior, con un cañón altísimo y estrecho, cruzado por dos cascadas con sus respectivos estanques. Junto a la cascada más grande hay un par de cuerdas para subir a lo alto de esta, eso sí, hay que tener cuidado de no resbalar y caer al estanque. Después de que Borja me deje todas sus cosas y suba a seguir investigando, vuelve y yo hago lo mismo. Me encuentro totalmente sola en la parte superior de la cascada y no puedo evitar seguir por el cañón río arriba para ver qué hay. Corro y salto por la roca roja y por un momento la sensación de soledad y libertad me hace sonreír. Me gustaría seguir adelante, pero no llevo el teléfono encima y puede que Borja se esté preguntando a dónde he ido, así que vuelvo sobre mis propios pasos. Recogemos nuestras cosas, nos despedimos de aquel lugar remoto y mágico y volvemos al hostal, no sin antes pasar por un supermercado a comprar provisiones para el gran reto del día siguiente: Angel’s Landing.
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