Nota: como sabéis, me gusta llevarme siempre de viaje una cámara analógica, así que si notáis alguna foto «diferente» en cuanto a calidad, no os asustéis, es la magia del carrete 😉
Día 1 (domingo, 5 de mayo de 2019)
Cuando conocí a Borja y me habló de hacer el viaje de su vida por la costa oeste de California me uní a su proyecto sin pensarlo, ya que también era el viaje de mis sueños. Es una de esas cosas que dices pero que realmente dudas que se lleve a cabo. Pero ahí estamos, volviéndonos locos porque no sabemos cómo meter todo en la maleta y las mochilas a pocas horas de coger el vuelo con el que comenzará la gran aventura.
Después de conducir hasta el aeropuerto de Madrid, sin haber dormido apenas y con los nervios a flor de piel, nos encontramos una cola enorme en el mostrador de facturación y mis nervios se ponen al límite pensando que no nos dará tiempo y que es muy probable que nos hayamos pasado de los 23kg permitidos por maleta facturada. En mi cabeza ya me estoy haciendo un croquis mental de qué podríamos quitar si no pasamos. Por fin llega nuestro turno: 22kg. ¡Por los pelos! Una vez facturada, corremos por la terminal sin poder parar siquiera a desayunar (llevamos desde anoche sin comer nada) y llegamos a la puerta de embarque justo cuando esta va a abrir. No soy muy fan de volar, pero después de tanta tensión estar por fin en el avión sentada hace que mis nervios desaparezcan.
Tras 12 largas horas de vuelo, llegamos a Los Angeles. Después de tardar muchísimo en pasar los controles de seguridad, salimos del aeropuerto y vamos directos a por el coche de alquiler, uno grande y cómodo, ya que nos espera un viaje de muchos kilómetros y nunca se sabe si acabaremos alguna noche durmiendo dentro. Cuando estuvimos planificando el viaje, barajamos la opción de alquilar una furgoneta, pero en Estados Unidos lo cierto es que no hay muchas opciones ya que se llevan más las autocaravanas, y las pocas que vimos se nos iban de presupuesto. Así que finalmente la idea para este viaje era dormir en campings y moteles.
De camino al primer motel vemos nuestro primer atardecer californiano, con un cielo naranja que quita el hipo, pero vamos conduciendo y no podemos parar para sacar fotos. Una vez en el motel, hacemos el check-in, flipamos con lo gigante que es la cama y vamos a hacer algunas compras para las noches del camping, como la tienda de campaña, ya que por peso no podíamos llevarla desde casa. Con las prisas para llegar a todo llevamos 24 horas sin apenas comer nada y estamos reventados, así que volvemos al motel y nos metemos de cabeza.
Día 2 (lunes, 6 de mayo de 2019)
Me despierto a las 4 de la mañana por culpa del jet-lag y hago un poco de tiempo antes de despertar a Borja para ponernos en marcha hacia San Diego. Como el motel no incluye desayuno, decidimos coger un sandwich y un café de la gasolinera que hay enfrente y desayunar en el coche. Es impresionante la cantidad de opciones que tienes para prepararte un café, porque en este tipo de sitios te lo preparas tú mismo, lo que hizo que durante todo el viaje nuestros repostajes de gasolina fueran siempre acompañados de un café enorme.
Por fin cogemos la autopista para salir de Los Angeles y yo voy pegada a la ventanilla alucinando con todo, parece que estoy dentro del videojuego GTA. A pesar de que la autopista tiene hasta 7 carriles, conducir por ella se nos hace más sencillo de lo esperado, ya que la gente conduce con tranquilidad, nadie pita y no es común ver a gente haciendo el cabra con el coche.
Una vez en San Diego, paramos en La Jolla para ver los leones marinos y las casas que rodean la zona, que no tienen pinta de ser baratas. Después del paseo al sol, hacemos una parada en Oceanside para comer en una hamburguesería de la que había leído muy buenas críticas, y no es para menos. Probablemente haya sido una de las mejores hamburguesas que he comido en mi vida y el local es brutal. El lugar en cuestión se llama Hodod’s, si alguna vez caéis por allí, os lo recomiendo totalmente.
La zona de Oceanside en sí fue también todo un descubrimiento, con un rollito surfero e informal que invitaba a quedarte ahí a pasar la tarde tirado en la playa, pero teníamos otros destinos pendientes y ahora le tocaba el turno a Old Town, el barrio mexicano, aunque desde el primer momento en el que llegamos lo que vimos no nos gustó demasiado ya que aquello estaba tan preparado para los turistas que parecía un Port Aventura. Tan artificial nos parece que decidimos no seguir perdiendo el tiempo y seguir hasta el centro de San Diego, aunque tras mirar horarios del tren optamos por hacernos un tour improvisado con el coche. Al fin y al cabo no somos muy de ciudades y recorrerla a pie nos llevaría demasiado tiempo.
Tras la vuelta en coche, llegamos a San Clemente, donde dormiremos los próximos 2 días en un hostal surfero de la zona. A la hora de hacer el check-in en el House of Trestles nos encontramos con el pequeño problema de que nuestra reserva aparece duplicada, pero el chico de recepción es majísimo y nos soluciona todo mientras charlamos, además nos deja ya preparadas un par de tablas de surf que alquilamos para el día siguiente. Nos quedamos un buen rato hablando con él y nos sorprende que apenas conoce el norte España para surfear, ni siquiera le suena demasiado la ola de Mundaka. ¿¡Quién no conoce Mundaka!? Estos americanos… También le preguntamos por los famosos tiburones de la costa de California, a lo que nos responde entre risas que él no cree que existan, que prefiere pensar que son un mito. Pero lo cierto es que días más tarde nos llegó la noticia de que un surfista había sido atacado por un tiburón en la costa californiana, aunque todo quedó en un susto.
Ya de noche y después de comprar comida para un par de días, nos hacemos la cena y vamos directos a la cama. Mañana nos espera nuestra primera sesión de surf en California.
Día 3 (martes, 7 de mayo de 2019)
Después de dormir como reyes, salimos el salón-comedor donde nos espera el desayuno acompañado de un café buenísimo de Bear Coast Coffee, una conocida cafetería de San Clemente. Cogemos las tablas y vamos a la mítica playa de San Onofre, donde tenemos que pagar 15$ para entrar, pero merece la pena, ya que San Onofre es revivir el ambiente del surf clásico y disfrutar de ese buen rollo y ese respeto que en muchas de nuestras playas parece que se ha perdido. Buena muestra de ello es la anécdota que Borja tuvo en el baño de la tarde y que luego os contaré.
Las olas ese día en San Onofre no eran para tirar cohetes, pero todos los días una no puede decir que haya surfeado en California, ¡así que p’adentro! Lo que más me llama la atención es la cantidad de gente «mayor» que entra a surfear con su tablón y el buen rollo que se respira. Después de una sesión de surf más bien desastrosa, me doy una vuelta con la cámara y volvemos al hostal a comer algo. Allí nos encontramos con Ismael, un chico de Cádiz que se une a nosotros durante la comida y con el que enseguida hacemos buenas migas, incluso decidimos ir juntos a darnos un segundo baño, aunque finalmente y tras ver las condiciones del mar, él se queda a surfear en T-Street mientras que nosotros volvemos a San Onofre.
Aunque pensábamos que por la tarde las condiciones para surfear habrían mejorado, al llegar comprobamos que nos equivocamos. Aún así lo intentamos y no tardamos en rendirnos, ya que la marea está muy baja y el fondo está lleno de rocas. Yo salgo antes que Borja y mientras me estoy cambiando observo que un chaval pierde en el agua su tabla de surf (ya que iba sin invento) y va directa hacia la orilla, con el peligro de quedarse varada entre las rocas; pero Borja, que ya estaba en la orilla, suelta su tabla y entra corriendo como puede a salvar la tabla perdida. El chaval una vez llega hasta donde está Borja con su tabla, se lo agradece enormemente, tanto que, ya una vez fuera del agua y mientras Borja se cambiaba, el chaval aparece con una cerveza fría para agradecérselo de nuevo. Un pequeño gesto de gratitud que nos dejó impresionados. Otra cosa remarcable y que también nos llamó la atención es lo limpias que están las playas y el entorno en general, no veías un sólo papel en el suelo.
Por la noche y ya en el hostal, compartimos una cerveza con Ismael mientras hablamos de surf, hasta que charlando de unas cosas y otras, nos damos cuenta de que tenemos un amigo en común, al que seguido le enviamos una foto de los 3 juntos para mostrarle lo pequeño que es el mundo.
Mientras cenamos en el salón-comedor hablamos también con el resto de gente que se hospeda ahí, entre otros David, un chico de la zona que trabaja y vive en el House of Trestles y que ha sido super majo y atento desde que llegamos. Nos cuenta que cada día va a la playa y nada 1 kilómetro mar adentro para luego volver a la costa. A la pregunta de si no teme a los tiburones, nos responde que si le permiten tan lejos y volver, da gracias y significa que un día más ha sido perdonado por todos sus errores. Una forma de «limpiarse». Tras la cena, la charla y las risas, nos retiramos a la habitación, ya que al día siguiente nos espera una larga jornada de coche hasta Las Vegas y Valley of Fire.
Mención especial al House of Trestles, un hostal pequeño pero muy acogedor que nos enamoró desde que hicimos la reserva. Tienes la sensación de estar en tu casa, en familia, donde todo el mundo habla con todo el mundo y sientes tal seguridad y tranquilidad que no te preocupas ni de cerrar la puerta de tu habitación. Es un hostal en el que el surf se respira en cada rincón y donde casi todos sus huéspedes lo practican, por lo que es muy fácil congeniar con la gente. Sin duda, un sitio donde quedarse si se va a San Clemente.
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