Día 16 (lunes, 20 de mayo de 2019)
Cuando pensaba que no iba a poder pasar más frío del que pasé en Yosemite, me equivocaba: ha sido peor. Por la mañana el cielo amanece despejado, pero la frondosidad y la humedad del bosque no dejan que el entorno se caliente y yo sólo quiero sentir la luz del sol. Recogemos y volvemos a la carretera para hacer la segunda parte del Big Sur. La carretera va en todo momento bordeando altos acantilados que terminan en un mar azul intenso y no puedo evitar acordarme de nuestra costa en casa, que aunque no tiene nada que envidiarle al Big Sur, tienen sus diferencias. Nos ha salido un día soleado y la verdad es que conducir por estas carreteras con vistas al mar, música y calorcito después de tanto frío nos está cargando las pilas.
Una de nuestras primeras paradas del día es McWay Fall, una pequeña cascada que cae directamente al mar en una cala preciosa. Pero la playa está cerrada por obras, así que nos limitamos a sacar un par de fotos desde arriba. Seguimos adelante, totalmente maravillados con las vistas. ¡Y eso que al empezar el Big Sur pensábamos que iba a ser un chasco!
Al camping de Santa Barbara no podemos entrar hasta las 14:00 y por un instante pensábamos que íbamos sobrados de tiempo, pero cuando calculamos la ruta en el GPS nos damos cuenta de que aún quedan 3 horas de viaje y aún tenemos que parar para comer. Vamos, que de sobrados nada. Pero esto es algo que se ha repetido durante todo el viaje, las distancias son mucho más grandes de lo que aparentan en el mapa y tienes que calcular bien para no verte en mitad de la nada cuando caiga la noche. Rumbo al camping, hacemos una parada en Piedras Blancas, una larga cala donde decenas de elefantes marinos toman el sol haciéndose los dueños del lugar, mientras que las ardillas buscan turistas despistados a los que robar comida. Por fin, después de lo que parece una eternidad conduciendo, llegamos al camping que queda junto al mar, y tras montar todo en tiempo record, nos ponemos en marcha para visitar Santa Barbara.
Cuando llegamos, recorremos el muelle a pie de camino al centro y ambos comentamos lo bonito y «auténtico» que es este muelle, típico de película y sin adulterar demasiado, no como el de San Francisco, que parecía un parque de atracciones. Nos dirigimos a Downtown, donde todo son edificios bajos y en su mayoría blancos, rodeados de calles tan limpias y bonitas que tenemos la sensación de estar en un decorado de una película. A lo largo de la calle hay restaurantes, cafeterías, tiendas y pequeños negocios con pinta de no tener nada barato en su interior. La gente es exageradamente amable y bromeamos con que aquello parece un capítulo de la serie de Black Mirror y que quizás a la noche todo eso se desmonta y reina el caos.
Abandonamos Santa Barbara para volver al camping, ya que se nos hace de noche y aún tenemos que hacer la cena. Intentamos encender un fuego, pero en ese camping apenas hay madera en el suelo y no tenemos leña, pero justo cuando nos íbamos a rendir, los vecinos de al lado nos dan una buena cantidad de su leña y periódicos para preparar nuestra fogata y entrar en calor. De verdad, ¡qué simpática es la gente en este país! Nos asamos unas salchichas clavadas en un palo al más puro estilo americano y nos retiramos a la tienda sabiendo que esta es nuestra última noche durmiendo en camping. Esto va llegando a su fin.
Día 17 (martes, 21 de mayo de 2019)
Suena la alarma antes de que salga el sol, es nuestro último día «completo» en EEUU y queremos aprovecharlo. El viento ha soplado con mucha fuerza toda la noche, pero al menos no ha hecho frío. Una vez desayunados y con todo recogido, nos ponemos rumbo a Los Angeles: últimas horas en coche de nuestra aventura. Al pasar por la famosa Malibu alucinamos con las casas que la habitan, en plena playa y con cochazos aparcados en la puerta. Nada más llegar a Los Angeles vamos directos en busca de una tienda de empeños para vender la tienda de campaña y el hornillo que tuvimos que comprar, pero en la primera tienda nos dicen que sólo compran joyas. Lo intentamos en otra tienda de segunda mano, pero tampoco le interesa, así que nos rendimos y nos vamos al hostal a hacer el check-in. El hostal es genial, parece un pequeño oasis en mitad de la ciudad, con jardín, sillones y hasta barbacoa.
Tras dejar los trastos nos vamos a la famosa Venice Beach. La verdad es que lo visto hasta ahora de la ciudad me ha dejado un poco fría, pero al llegar al paseo de la playa la cosa cambia. La cantidad de personajes por metro cuadrado es bestial: está lleno de artistas callejeros pasados de rosca, incluyendo un señor mayor con pinta de colgado tocando un piano de cola hecho polvo (¿cómo ha llevado ese trasto hasta ahí?). Todos venden sus chapuzas artísticas y algunas incluso molan. Y llama la atención que casi todos los vagabundos tienen su tabla de surf o de skate y patinan que da gusto verlos.
El paseo se hace bastante incómodo debido al fuerte viento que sopla y la distancia del paseo de la playa es enorme, así que decidimos coger un par de patinetes eléctricos. En todas las ciudades grandes donde hemos estado habíamos observado que prácticamente en cada calle encontrabas patinetes aparcados, que tras investigar un poco descubrimos que se alquilaban con una app, cobrándote apenas unos centavos por minuto. Así que este se convirtió en nuestro medio de transporte oficial en LA para ahorrar tiempo en cada trayecto.
Motorizados y divirtiéndonos como enanos, vamos hasta el famosísimo muelle de Santa Monica, pero aquello nos parece una auténtica locura de gente, ruido y atracciones, así que la visita dura poco. Tras comer unas porciones de pizza para llenar el estómago, volvemos a Venice ya que no nos podemos ir de allí sin visitar el icónico skatepark junto a la playa. Quedamos sorprendidos por lo limpio y cuidado que está, sin una sola pintada. También nos impacta lo bien que patina todo el mundo y el buen rollo que se respira, la gente que más experiencia tiene respeta y cede su espacio a la gente que está aprendiendo y les anima para seguir patinando. Aprovechamos el increíble atardecer para sacar fotos, conscientes de que es nuestro último atardecer en California. Mañana termina la aventura y no se me ocurre mejor lugar para decir adiós.
Día 18 (miércoles, 22 de mayo de 2019)
Me despierto antes de que suene la alarma, como me ha ocurrido durante casi todo el viaje, y me pongo a hacer cálculos mentales para poder llevarnos de vuelta la tienda de campaña que compramos el primer día y que no hemos sido capaces de vender. Pero teniendo en cuenta que en la facturación de la ida nos quedamos a 1kg del límite permitido y que la tienda pesa 2kg… Lo veo negro. Después de una especie de Tetris, cerramos todo y sólo nos queda esperar a ver qué pasa en el aeropuerto.
Una vez todo recogido, nos vamos a Venice Beach por última vez para desayunar algo y dar un paseo. Volvemos a visitar el skatepark, que a estas horas no tiene tanta gente como ayer, aunque hay multitud de chicas patinando, ¡y cómo patinan! Siguiendo nuestro paseo, vemos un cartel en una tienda que dice «se alquilan skates» y no nos lo pensamos mucho. ¿Cómo desaprovechar la oportunidad de patinar en uno de los paseos más icónicos del mundo? Así que cogemos un par de longboards y nos lo pasamos en grande esquivando gente y deslizándonos por Venice Beach. Tras un ratito de diversión, volvemos al hostal para recoger las maletas y dirigirnos al aeropuerto. Tras una cola kilométrica para facturar, por fin llega nuestro turno, pesamos la maleta y… ¡sorpresa! ¡Pesa 22kg igual que en la ida! Todavía no sé cómo puede pesar lo mismo si hemos metido la tienda (entre otras cosas), pero Borja me confiesa después que al pesar la maleta la levantó levemente con la rodilla para que no se apoyara totalmente en la báscula.
Y así termina todo. 18 días, 4 estados, 4583 kilómetros en coche, unos cuantos kilos menos en el cuerpo y un puñado de aventuras más. Mi primera visita al otro lado del charco no podía haber sido más perfecta y ha roto con muchas de las ideas (erróneamente preconcebidas) que tenía de este país y su gente, tremendamente amable y siempre dispuesta a ayudarte. También vuelvo orgullosa de mí misma, porque he conseguido dar la talla en situaciones donde pensaba que tendría que tirar la toalla. Todo lo que he visto me ha encantado, pero vuelvo tremendamente enamorada de Yosemite, donde he descubierto una faceta aventurera que no conocía y donde me he prometido volver algún día. Pero sobre todo, he tenido la suerte de compartir este viaje con la mejor compañía posible. Prometí que me iría contigo y hemos vuelto, más unidos, más fuertes.
«Never go on trips with anyone you do not love» – Ernest Hemingway.
Leave a reply